Author
Eduardo Galeano
Category
History
Format
Kindle
Language
Spanish
Pages
240
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Review

Fue una sorpresa para mí descubrir que Galeano, autor de “Las Venas Abiertas de América Latina”, era apasionado por el fútbol. “Cerrado por Fútbol” contiene todos los textos que Galeano escribió sobre fútbol, incluyendo textos inéditos.

Los amantes del deporte, especialmente los latinos americanos, van a se encantar con el libro. Galeano cuenta historias del fútbol mundial, de las Copas del Mundo, de los artistas de la pelota y de hinchas notables. Pero también cuenta del uso del fútbol por las dictaduras militares suramericanas, del prejuicio (en las canchas y en los deportes olímpicos) y de la dudosa gestión del fútbol por la FIFA.

Con más de 50 años de carrera, los textos de Galeano van desde recuerdos de la Copa de 1950 hasta la Copa de 2014. El seleccionado uruguayo tiene destaque especial, són muchos los textos sobre la Copa de 50. En las palabras de él, Obdulio Varela, “El Jefe Negro”, gaña vida. Capitán de la selección de Uruguay, Obdulio participó de la huelga de los jugadores uruguayos en 1949 y, un año después, lideró Uruguay en el Maracanazzo con el tobillo inflamado.

Después de la victória, él fue celebrar en soledad en “cualquier cafetín, pero por todas partes encuentra brasileños llorando. (…) Y Obdulio siente estupor por haberles tenido bronca, ahora que los ve de a uno. La victoria empieza a pesarle en el lomo. Él arruinó la fiesta de esta buena gente. (…) Y así amanece, bebiendo, abrazado a los vencidos”.

Los dioses de la pelota, Pelé y Maradona, también són personajes que aparecen en la obra. Es interesante la descripción de Pelé como el rey del fútbol con solamente 23 años. Ya los textos acerca Maradona dan otra dimensión del personaje que yo no conocía. Maradona fue “adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses”.

Las historias de otros personajes notables, pero no famosos, también son deliciosas. Como del hincha que lleva su padre, muerto, para los partidos de Betis. O la historia de Manuel Alba Olivares que quedó ciego pocos minutos después del gol del siglo XX. “Desde entonces, para ver fútbol (…) Manuel pide prestados los ojos de sus amigos. Gracias a ellos, este colombiano ciego fundó y preside un club de futból”.

Este libro es una contribución preciosa para la história humana y para la história del deporte. Recomendado!

Some quotes

Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses.


Mohammed Ashraf no va a la escuela. Desde que sale el sol hasta que asoma la luna, él corta, recorta, perfora, arma y cose pelotas de fútbol, que salen rodando de la aldea paquistaní de Umar Kot hacia los estadios del mundo. Mohammed tiene once años. Hace esto desde los cinco. Si supiera leer, y leer en inglés, podría entender la inscripción que él pega en cada una de sus obras: Esta pelota no ha sido fabricada por niños.


Brasil, el dueño de casa, era el favorito indiscutible. Venía de golear a España 6 a 1 y 7 a 1 a Suecia. Por veredicto del destino, Uruguay iba a ser la víctima sacrificada en sus altares en la ceremonia final. Y así estaba ocurriendo, y Uruguay iba perdiendo, y doscientas mil personas rugían en las tribunas, cuando Obdulio, que estaba jugando con un tobillo inflamado, apretó los dientes. Y el que había sido capitán de la huelga fue entonces capitán de una victoria imposible.


Se llama Léa Campos, es brasileña, fue reina de belleza en Minas Gerais y sigue siendo la primera mujer que ha ejercido el arbitraje en diversos campos de fútbol de Europa y de las Américas. Obtuvo el título tras cuatro años de cursos y exámenes, con diploma y todo, pero más fuerte que sus silbatos suenan todavía los silbidos del público de machos indignados contra la intrusa. El árbitro había sido siempre árbitro, y nunca árbitra. El monopolio masculino se rompió cuando Léa conquistó el mando supremo en las canchas, ante veintidós hombres obligados a obedecer sus órdenes y someterse a sus castigos.


Desde 1955, y hasta 1970, el fútbol había sido prohibido a las mujeres alemanas. La Asociación Alemana de Fútbol había explicado por qué: En la lucha por la pelota, desaparece la elegancia femenina, y el cuerpo y el alma sufren daños. La exhibición del cuerpo ofende al pudor.


Pelé, flaquito, casi niño, hincha el pecho, para impresionar, y alza el mentón. Él juega al fútbol como jugaría Dios, si Dios decidiera dedicarse seriamente al asunto. Pelé cita a la pelota donde sea y cuando sea y como sea, y ella nunca le falla.


Amaga Garrincha tumbando rivales. Media vuelta, vuelta completa. Hace como que va, pero viene. Hace como que viene, pero va. Los rivales caen despatarrados al suelo, uno tras otro, culo en tierra, piernas al aire, como si Garrincha desparramara cáscaras de banana.


Pienso en Baltazar, estrella ya apagada, que hoy carga bolsas en el puerto de Santos. Y pienso en Garrincha, que, tengo entendido, ha caído en desgracia. Lo digo. Pepe el Gordo se señala la frente: “Pelé tiene fútbol y juicio”, dice, “y Garrincha no”. Detalles sobre el caso: “Abandonó a la mujer y a las ocho hijas. Esa artista ha sido su ruina”. Opino que Elsa Soares bien vale esa misa. Se produce un lamentable equívoco y Pepe el Gordo me contesta que sí, que Él va a misa todos los domingos.


Suben al podio los campeones olímpicos. Y entonces, en el momento culminante, Tommie Smith, medalla de oro, y John Carlos, medalla de bronce, negros los dos, estadounidenses los dos, alzan sus puños cerrados, en guantes negros, contra el cielo de la noche. El fotógrafo de Life, John Dominis, registra el acontecimiento. Esos puños alzados, símbolos del movimiento revolucionario Panteras Negras, denuncian ante el mundo la humillación racial en los Estados Unidos.

(…)

De regreso a su país, nadie da trabajo a estos metelíos. John se las arregla como puede y Tommie, que ha conquistado once récords mundiales, lava coches a cambio de la propina.


Fue pluma y plomo. Boxeando bailaba y demolía. En 1967, Muhammad Alí, nacido Cassius Clay, se negó a vestir el uniforme militar: —Quieren mandarme a matar vietnamitas —dijo—. ¿Quién humilla a los negros en mi país? ¿Los vietnamitas? Ellos nunca me hicieron nada.


En gesto de involuntaria adhesión, Pinochet murió el Día Internacional de los Derechos Humanos.


En 1949, Gian Piero Boniperti fue el goleador del campeonato italiano y su estrella más brillante. Según dicen los decires, él había nacido al revés, con un piecito pateando el aire, y desde la cuna viajó hacia la gloria futbolera. El club Juventus le pagaba una vaca por gol.


“Traidor”, le dije, “usted es un traidor”. Le mostré el recorte de un diario cubano: él aparecía vestido de pitcher, jugando béisbol. Recuerdo que se rió, nos reímos; si me contestó algo, no sé.


En 1993, el minúsculo Partido da Social Democracia Brasileira no tenía la cantidad de diputados que necesitaba para presentarse a las elecciones presidenciales. Por un precio que osciló entre los treinta mil y los cincuenta mil dólares, el PSDB obtuvo el pase de algunos diputados de otros partidos. Uno de ellos lo admitió, y además lo explicó: —Es lo que hacen los jugadores de fútbol, cuando cambian de club.


Hasta el Papa de Roma ha suspendido sus viajes por un mes. Por un mes, mientras dure el Mundial de Italia, estaré yo también cerrado por fútbol, al igual que muchos otros millones de simples mortales.


El fútbol sudamericano, el que más comete todavía estos pecados de lesa eficiencia, parece condenado por las reglas universales del cálculo económico. Ley del mercado, ley del más fuerte. En la organización desigual del mundo, el fútbol sudamericano es una industria de exportación: produce para otros. Nuestra región cumple funciones de sirvienta del mercado internacional. En el fútbol, como en todo lo demás, nuestros países han perdido el derecho de desarrollarse hacia adentro.


Pocas cosas ocurren, en América Latina, que no tengan alguna relación, directa o indirecta, con el fútbol. Fiesta compartida o compartido naufragio, el fútbol ocupa un lugar importante en la realidad latinoamericana, a veces el más importante de los lugares, aunque lo ignoren los ideólogos que aman a la humanidad pero desprecian a la gente.


De los equipos latinoamericanos, la verdad sea dicha, el que más me gustó fue Holanda. La selección naranja ofreció un fútbol vistoso, de buen toque y pases cortos, gozador de la pelota. Este estilo se debió, en gran medida, al aporte de sus jugadores venidos de América del Sur: descendientes de esclavos, nacidos en Surinam.


Se dirá que algunos se han hecho ricos, y hasta riquísimos, pero eso sólo es verdad para los más cotizados, que además de jugar dos o más partidos por semana, y además de entrenarse noche y día, sacrifican a la sociedad de consumo sus escasos minutos libres vendiendo calzoncillos, autos, perfumes y afeitadoras y posando para las tapas de las revistas de lujo. Y al fin y al cabo, eso sólo prueba que este mundo es tan absurdo que hasta contiene esclavos millonarios.


Cuando el mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.


¿Cuál es la pasión del pueblo? Una cosa que se hace con los pies, porque el pueblo piensa con los pies. Ésa sería la posición de la derecha. La de la izquierda es el rechazo del fútbol como instrumento de alienación, como opio del pueblo, como diabólica invención del imperio británico para adormecer a los oprimidos del mundo. Entre esas dos posiciones hay muchos intelectuales y escritores que somos apasionados del fútbol.


Quiérase o no, créase o no, el fútbol sigue siendo una de las más importantes expresiones de identidad cultural colectiva, de esas que en plena era de la globalización obligatoria nos recuerdan que lo mejor del mundo está en la cantidad de mundos que el mundo contiene.


La verdad sea dicha, hay un solo lugar donde están parejos el norte y el sur: es la cancha de fútbol del pueblo de Fazendinha, en la costa amazónica de Brasil. La línea del Ecuador corta la cancha por la mitad, de modo que cada equipo juega un tiempo en el hemisferio sur y otro tiempo en el hemisferio norte.


Las más altas estrellas del fútbol han padecido el racismo, por ser negros o mulatos, o han sufrido, por ser pobres, la discriminación. Y en muchos casos, sumados el color de la piel y el origen social, han sido víctimas de ambas humillaciones a la vez. En la cancha, han encontrado una alternativa al crimen, al que habían nacido condenados por promedio estadístico.